Dr. Aldo Barsanti
No suelo escribir sobre estos temas, pero una nota que leí me dio pié para incluir algunas reflexiones sobre la salud. La nota en cuestión era al conocido médico clínico Aldo Barsanti. Una de las cuestiones abordaba la enorme cantidad de estudios clínicos a las que nos sometemos (nunca mejor utilizada la palabra) como corderitos, diría yo.
Hace un tiempo, me alarmaron los numerosos Rayos X que me sacaron por arreglos dentales y recordé cuántas veces me los habían hecho a lo largo de mi vida… decenas! ¿Acaso no se acumulan en el organismo, al igual que con el sol? Dice Barsanti: “una cámara gamma o una tomografía computada de tórax, abdomen y pelvis producen una exposición a radiación similar a la que puede recibir un radiólogo en un año. Suele no tenerse en cuenta las consecuencias de aplicar sobre los pacientes estas dosis de radiación, sobre todo cuando no hay necesidad”. Las mujeres estamos más expuestas por las mamografías. Leí que en Estados Unidos se estaban haciendo cada vez más espaciadas, porque se había probado que no era necesario ni útil abundar en ellas, además del problema de la radiación en mamas y tiroides.
El tema que surge aquí es el del diagnóstico precoz o de la prevención. Afirma Barsanti: “Contrariamente a la noción popular que los cánceres son universalmente dañinos y finalmente fatales, algunos tumores pueden no progresar o hacerlo tan lentamente que no generan daño antes de que el portador muera por otras causas. Estudios de autopsias demostraron que hay un gran reservorio de enfermedades subclínicas en la población general, incluyendo varios cánceres, especialmente próstata, tiroides y mama, la mayoría de los cuales no generaban daño en el momento de la muerte”.
Es interesante que el Dr. Barsanti sea médico clínico. Antes, ellos hacían de su conocimiento del paciente y de su intuición (“ojo clínico”) la base de su profesión. Creo que quedan pocos ya, porque ahora todos son especialistas. Casi nadie nos observa como una unidad, sino que nos miran por pedazos cada vez más chicos. Así, cada uno pide estudios separados y redundantes y, lo peor, nos medican muchas veces sin interesarse en qué otras cosas estamos tomando, creando sinergias peligrosas. Como tienen poco tiempo para dedicarnos, nos preguntan por encima y nos despachan con multitud de estudios. Además del tiempo, influye la creencia, tanto en médicos como en pacientes, que la tecnología es la mejor diagnosticadora.
Cuando les llevamos los resultados, la más mínima desviación de los standards puede ser suficiente como para que salgamos con una receta con el último medicamento estrella de alguna multinacional. Y si no lo hacen, nosotros se los pedimos, porque la responsabilidad no es sólo de ellos. Las causas de esta sobrediagnosticación, en palabras de Barsanti, son: “las buenas intenciones; el avances tecnológico capaz de descubrir anormalidades cada vez menores; la medicina defensiva: los médicos temen sentirse culpables o enfrentar demandas judiciales por no detectar signos tempranos de enfermedad; la creencia en el diagnóstico precoz alimentada por la profunda fe en la tecnología e incentivada por el complejo médico industrial, que también fomenta la confusión entre estar en riesgo de padecer una enfermedad o realmente padecerla; el escaso tiempo que los médicos dedican a escuchar y examinar detenidamente a los pacientes”.
“Las anormalidades detectadas pueden no estar relacionadas con los síntomas o quizás aparezcan en estudios innecesarios de pacientes asintomáticos (llamados hallazgos incidentales), muchos de los cuales generarán etiquetas de enfermedad o inducirán conductas terapéuticas por hallazgos que realmente no sabemos adónde conducen”. Estas palabras del doctor me hicieron acordar unas cuantas oportunidades en las que ya me estaban operando o dando medicación fuertísima por cosas que resultaron pasajeras o leves o inexistentes. Desde chica, no sé porqué, tuve una rara relación con los médicos. La primera vez que recuerdo haberme resistido fue a los cinco años, cuando me quisieron hacer una prospección de las amígdalas con una pinza puntiaguda quemada en el fuego y di tantas patadas y gritos que no pudieron (lo que me permitió conservarlas). Desde allí, tomé los diagnósticos como “opiniones”: la decisión siempre es mía, como las responsabilidades.
Mi cuerpo es mío. Soy conciente de las somatizaciones con las que lo he castigado a lo largo de los años, así que, frente a cualquier cosa, busco qué me está pasando a nivel psicológico, para poder descargarlo de tantas afrentas y problemas. En los últimos años, con los síntomas de la Ascensión, esto se ha ampliado y he tenido grandes depuraciones, que se han mostrado a veces importantes, pero transitorias. En este momento, no tomo ningún remedio (en mi juventud, llevaba una farmacia en la cartera). Estoy sana y planeo seguir así por el resto de mi vida.
Creo que una vida sana depende de algunos factores internos y otros externos. Estos últimos son la alimentación, el movimiento, un trabajo que llene el corazón y el bolsillo, una vida elegida y amada. No creo en dogmatismos ni excesos de ningún tipo. Como de todo, tomo un poco de vino, me encanta ir a bares y restaurantes, tomo medicamentos si lo considero necesario, hago un poco de ejercicio (soy vaga), ayudo con multivitamínicos, agradezco y disfruto cada momento. Encuentro que hay personas que creen que haciendo cosas externas solucionarán todo, especialmente las enfermedades y la muerte. “Lo esencial es invisible a los ojos”, les diría, recordando al Principito. Sólo podemos estar sanos verdaderamente si comprendemos el juego: somos seres espirituales haciendo una experiencia humana. Soltar los condicionamientos que nos hemos impuesto (la lucha, el sufrimiento, la carencia, la limitación, el miedo, etc.) y liberar el precioso potencial que traemos para aprender, evolucionar, crear, amar… es lo esencial. Quizás, nos demos cuenta finalmente que la Vida no exige tanto sacrificio y agobio, sino simplemente ser felices.
Respira, siente la Tierra sosteniéndote, al Sol iluminándote, aprecia este mundo amable y maravilloso, acéptate y ámate así como eres: un ser maravilloso.