“Si solo tengo conciencia social me covierto en un un feroz activista, dispuesto a batallar con quién sea para que se escuche mi voz y la de los más oprimidos (…) pero la consecuencia de este tipo de enfoque desprovisto de aunque sólo sea un mínimo de conciencia espiritual, es el conflicto y la ausencia de paz interior (…) Por otro lado, si solo existe conciencia espiritual (…) de la no implicación a la indiferencia hay un paso”
“Así pues, para la convivencia de estas dos conciencias, el secreto vuelve a estar en el equilibrio (…) En esos instantes de principio de agobio es cuando tenemos que ver con fuerza que cualquier pequeño gesto consciente suma y darnos cuenta también de que lo realmente importante no es querer solucionarlo todo a cualquier precio, sino, siempre en la medida de lo posible, intentar ser cada vez más conscientes de la repercusión de nuestros actos y elecciones buscando al mismo tiempo estar en paz con nosotros mismos”
Daniel Gomis
(El mundo no se arregla solo con activistas radicales sin espiritualidad ni con “meditadores” profesionales sin compromiso social. Ambos tipos de conciencia son necesarios. Artículo del comunicador social, profesor de Kundalini Yoga y autor del blog Altermon, Daniel Gomis)Daniel Gomis
¿Puede tener la conciencia diferentes significados, ámbitos o prioridades? Para mí, a día de hoy, es evidente que no. Como las madres, de conciencia sólo hay una. Igual que ambas, por naturaleza, también están incondicionalmente dispuestas a no fallarnos nunca, por mucho que nos duela su verdad. Sin embargo, en los últimos tiempos también he podido vivir y ver muy de cerca hasta qué punto puede llegar a fragmentarse nuestra toma de conciencia en función de la experiencia y del ángulo de luz que dejemos penetrar en ella.
Puestos a fragmentar, seguramente se pueden encontrar un sinfín de motivos en los que focalizar nuestra conciencia. Pero en base a mi reciente experiencia personal, me gustaría reducir esta fragmentación a dos tipos de conciencia que, tarde o temprano, según mi modo de ver y sentir, están especialmente obligadas a confluir, entenderse y extenderse, si de verdad queremos hacer entre todos de este mundo un rincón mucho más amable y habitable. Estoy hablando de la conciencia espiritual y la conciencia social. Vamos a ver cómo pueden llegar a operar ambas por separado con un poco más de detalle:
Hipótesis 1:
Me voy haciendo cada vez más consciente de las desigualdades e injusticias sociales y esto me lleva a convertirme en un feroz activista, dispuesto a batallar con quién sea para que se escuche mi voz y, en consecuencia, la de los más oprimidos. También puedo estar igual de sensibilizado pero, más escéptico e impotente ante la desesperante visión de conjunto, optar por sufrirlo todo más en silencio.Consecuencia:
Sea como sea, lo que me garantiza este tipo de enfoque desprovisto de aunque sólo sea un mínimo de conciencia espiritual, es el conflicto y la ausencia de paz interior. O en otras palabras, poner toda la responsabilidad de los males que colectivamente nos azotan en el otro, sea cuál sea su forma e identidad, sólo consigue a la larga reforzar la lucha entre opuestos y fomentar el odio.
Hipótesis 2:
Soy consciente de que soy algo más que materia y esto me lleva directamente a un plano elevado que relativiza e incluso resta importancia al caos que reina en el terrenal mundo de las pasiones y los sentidos. Incluso puedo llegar a volverme totalmente ajeno al sufrimiento y a las injusticias circundantes porque no quiero perder mi valioso estado de conexión trascendente…Consecuencia:
Difícilmente llegaré a sentirme enteramente realizado si no puedo llegar a integrar el dolor ajeno como propio y no me doy cuenta de la importancia que también tiene mi implicación activa en aquellos aspectos de mi alrededor que atentan directamente contra la dignidad del ser, y por extensión, la integridad del planeta. De la no implicación a la indiferencia hay un paso. Del mismo modo, tampoco hay que olvidar que implicarse puede ser perfectamente compatible con no perder el centro.
Ser el cambio
Últimamente, me he ido distanciando cada vez más de los ambientes más combativos de las luchas y reivindicaciones sociales. Ha sido una toma de distancia directamente proporcional a mi acercamiento a lo que podríamos denominar ámbitos más espirituales.De hecho, ahora puedo ver con claridad cómo una cosa ha sido consecuencia directa de la otra. A lo largo de este proceso, he podido certificar mediante la experiencia directa lo que ya nos han recordado sabios y maestros; difícilmente se puede lograr un cambio externo si primero no hay un “clic” interno que nos reconcilie verdaderamente con nosotros mismos, producto de un concienzudo trabajo de autoconocimiento que nos lleve a reconocer a nuestro ego y a hacer las paces con él sin que nos absorba.
Dos célebres citas recogen este pensamiento como anillo al dedo: “Antes de iniciar la labor de cambiar el mundo, preocúpate primero de limpiar tu casa” (proverbio chino) y “Sé el cambio que quieres ver en el mundo” (Gandhi). Y para conseguirlo, el Yoga puede ser una excelente herramienta, aunque no es ni mucho menos la única, y también cabe recordar que, a menudo, puede ser muy necesario el complemento de una buena asistencia psicológica en paralelo.
Ahora bien, quizás porque ya he transitado el primer camino, el de la conciencia social, por otro lado se me hace muy extraño comprobar cómo puede llegar a considerar uno estar en un camino de conciencia sin sentirse internamente removido ante escandalosos abusos, como los que llevan a cabo prácticamente todas las entidades financieras, así como multitud de multinacionales -farmacéuticas, energéticas, alimentarias, y también del mundo de la moda, la comunicación, la tecnología…- y los gobiernos que no sólo las consienten, sino que además las apoyan.
Por mucho que no lo queramos ver o nos sintamos por encima de ello, nosotros, como parte integrante de la sociedad que somos, tenemos el poder de decidir si queremos convertirnos en cómplices de sus desmanes o no. La información alternativa que nos habla de ello está ahí, al alcance de nuestra mano. Y es la que nos puede ayudar a ampliar la conciencia para no cometer incoherencias como, por ejemplo, secundar una manifestación en contra de la guerra y al mismo tiempo estar promoviéndola al depositar nuestros ahorros en un banco que financia la industria armamentística.
Entiendo perfectamente que del tipo de compromiso social, medioambiental, etc. se puede pasar fácilmente al agobio y al interminable sentimiento de culpabilidad que genera el “no estar haciendo lo suficiente”. Pero ahí vuelve a entrar de nuevo la conciencia espiritual, que nos ayuda a cultivar la compasión y la tolerancia ante un mundo visiblemente imperfecto.
En esos instantes de principio de agobio es cuando tenemos que ver con fuerza que cualquier pequeño gesto consciente suma (“Mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo”, Eduardo Galeano) y darnos cuenta también de que lo realmente importante no es querer solucionarlo todo a cualquier precio, sino, siempre en la medida de lo posible, intentar ser cada vez más conscientes de la repercusión de nuestros actos y elecciones buscando al mismo tiempo estar en paz con nosotros mismos.
Así pues, para la convivencia de estas dos conciencias, el secreto vuelve a estar en el equilibrio. Y para concluir, podemos recordar algunos ejemplos cercanos que quizás puedan servir para inspirarnos; la iniciativa del Yoga Day para los derechos humanos de Amnistía Internacional, la encomiable labor que lleva a cabo la organización sin
ánimo de lucro World Prem y también, cómo no, la ejemplar resistencia pacífica que ha abanderado, desde sus inicios, al movimiento 15-M.
Daniel Gomis
Comunicador social y profesor de Kundalini Yoga
http://altermon.wordpress.com
Foto: Corbis
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