Hace un par de semanas, fui a la costa con unas amigas. Al segundo día, caminando por la playa, entramos a unas escolleras de rocas. Me senté cerca de donde salpican las olas, para sentir el agua rociando mi cuerpo cada tanto. No sucedía y otras personas se fueron retirando. De golpe, vino una ola gigantesca que me barrió y me tiró dentro de un pozo que se había hecho entre las piedras. Fue una suerte porque, de lo contrario, hubiera seguido golpeando hasta caer al mar y ahogarme (no sé nadar: una materia pendiente). Terminé con muchas lastimaduras y golpes, bastante dolor y dos puntos en la cabeza, un resultado liviano. Eso no me impidió disfrutar de las mini-vacaciones; no pude ir a la playa, pero me divertí igual.
Al comentarlo entre mis conocidos, la fragilidad fue un tema que surgió frecuentemente. Este “envase” se daña con facilidad y requiere cuidado. Lo que sentimos también nos induce inestabilidad. Muchos tratamos de ocultarla con agresividad o indiferencia, pero, como canta Sting:
“Nada bueno viene de la violencia
Y nada nunca vendrá.
Para todos aquellos nacidos bajo una furiosa estrella
No vaya a ser que olvidemos cuán frágiles somos.
Una y otra vez la lluvia caerá
Como lágrimas de una estrella.
Una y otra vez la lluvia dirá
Cuán frágiles somos”.
Y nada nunca vendrá.
Para todos aquellos nacidos bajo una furiosa estrella
No vaya a ser que olvidemos cuán frágiles somos.
Una y otra vez la lluvia caerá
Como lágrimas de una estrella.
Una y otra vez la lluvia dirá
Cuán frágiles somos”.
Charlando con un paciente que escala montañas, me decía que sentía qué pequeños que somos al mirar su ciudad desde lo alto. Muchos registran esa sensación de fragilidad e insignificancia en contacto con la Naturaleza. Me sucede al revés: siento que soy una con Ella y parte de esa inmensidad y poder. Me revitaliza y potencia.
Alrededor de los veintitrés años, tuve unos cuantos posibles encuentros con la muerte (han pasado bastantes a lo largo de mi vida y, como decían mis amigas, no tengo un ángel guardián, ¡tengo un ejército de ángeles cuidándome!). Estaba pendiente de lo frágil que era, de qué livianamente podía lastimarme, quedar impedida y/o morir. Ese tema me rondó por el cuerpo y la mente. Finalmente, llegué a alguna conclusión que me reconcilió con la muerte. Ayer recordé que tenía un diario y lo busqué. Lo único que apareció fue una reflexión que hice a partir de la decisión de una pintora de elegir su muerte. Escribí: “No le temo a la muerte. No significa nada para mí. Es simplemente volver a tomar parte de un plan, una unidad, una energía universal. En realidad, esa es mi idea de Dios. Yo soy Dios, todos lo somos. Formamos parte de una inmensa fuerza que marcha inexorablemente hacia adelante, constituida y alimentada por la vida de miles de años de experiencia. Ahora soy una entidad (individual, poderosa) con la personalidad que me he construido en este tiempo y en este lugar. Estoy aquí para seguir adelante con la vida. Nada se detiene ni se destruye, Todo fluye a otro tiempo y avanza sin detenerse”.
Cinco años después, cuando transitaba una gran depresión, todas las noches pensaba en cómo suicidarme. Al cabo de un tiempo, me di cuenta de que eso era “El Gran Escape”: yo no le temía a la muerte, le temía a la vida; específicamente, a las consecuencias de lo que había generado y que creía que no podía afrontar. Busqué ayuda y salí más abierta y fortalecida de esa situación. Comprendí concretamente mi papel de creadora y la responsabilidad que ello conlleva.
Siempre he sido arriesgada. A veces, con reparos y otras sin red. Es mi elemento ariano y masculino: ir a la conquista, adelante, penetrando la experiencia. Aunque tengo más componentes femeninos que masculinos en mi carta y soy mujer, recién en los últimos tiempos he honrado la necesidad de cuidado y nutrición, de espera y paciencia, de ser y estar. La Nueva Energía se mueve mucho con estos principios, con el encuentro más que con la búsqueda, con la fortaleza de la vulnerabilidad, con el estar más que con el hacer, o más bien con el hacer desde el ser.
Las grandes verdades son paradojales. Todo es tan frágil en esta dimensión. Sin embargo, ahí está la fuerza que poseemos. Cuando tratamos de negar la fragilidad, nos debilitamos, nos envilecemos, recurrimos a la violencia o a la victimización. Cuando la aceptamos, nos beneficiamos de la enorme capacidad resciliente que nos habita; de crear desde la fluidez y el menor esfuerzo en lugar de desde la lucha y la ambición; de hacer brillar el entusiasmo y la alegría de vivir; de sostener lazos de colaboración y solidaridad con los demás; de apreciar la multiplicidad y la creatividad que nos rodea; de creer en el poder del amor, siempre inclusivo y abierto, siempre tierno y firme, siempre sanador y luminoso.
Me maravilla el poder de recuperación de mi cuerpo, la contención cariñosa de mis amigos, los descubrimientos que significó la experiencia, la vulnerabilidad que me florece, las enseñanzas del agua, el amor que me guía y me rodea. Gratitud eterna.
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